domingo, 14 de febrero de 2010

Les presento a Cartagena.


Con mucho gusto,

Les presento a Cartagena.

En Colombia vive una mujer joven y hermosa que mora junto al mar. Su nombre es “Cartagena” y apellida “de Indias”. Come fruta de palenquera y se sienta en la playa, cada mañana, a saludar el sol del Caribe desde la comodidad de su hogar.

Cartagena es una joven ciudad mestiza de apenas 400 años de edad; sus abuelos fueron indios Zenú, su padre el conquistador Español Pedro de Heredia; y su madre, una mujer africana traída desde Angola por mar.

Los abuelos de Cartagena se vestían con oro, esmeraldas y exóticas plumas multicolor. Ellos gobernaron sabiamente, a través de sus sistemas hidráulicos, las llanuras inundables del Caribe Colombiano. De ellos Cartagena heredó 2 cosas: El gusto sincero y sano de vestirse con colores vivos y alegres; y los maravillosos museos del Oro Zenú y de la Esmeralda - ubicados en pleno centro de la ciudad amurallada, alrededor de la plaza Bolívar.



Para demostrarles que a Cartagena le gustan los colores vivos, basta pasearse por sus calles y por debajo de sus balcones. Ir del núcleo urbano amurallado, cruzando el puente de San Francisco, al sector de Getsemaní. Basta ese recorrido para ver que a Cartagena le gusta vestirse con casonas coloniales ocres, azules y rosadas; naranjas por un lado y verdes por detrás. A veces se adorna con balcones llenos de macetas y otras se jacta de tener los patios más hermosos del país; y siempre pero siempre, vestirá marcos de madera blanca o marrón para embellecer sus balaustres y ventanales, sol abrazador para calentar el corazón y sereno azul de luna para aliviar una decepción.

De su padre español Cartagena heredó muchas cosas, pero la principal fue la arquitectura colonial. Cartagena ha sido declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO, pues en su hermoso casco urbano reúne: iglesias y monasterios, casonas de época y palacios, plazas y plazuelas, teatros y cafés; rincones escondidos que hacen que tanto el viajero desprevenido como el connosieur sientan que viajaron en el tiempo; mucho, mucho tiempo atrás; allá donde las plazas se llenaban de música, las calles se alumbraban con farol y el carruaje era la única manera de llegar a la siguiente estación.


Como toda muchacha hermosa Cartagena siempre fue muy deseada; y como todo padre celoso, los españoles siempre trataron de proteger a Cartagena. Sin lugar a dudas uno de los exponentes máximos de la arquitectura militar española en toda Sudámerica son los sistemas de murallas, fortalezas y fortines que cuidaban la ciudad. El más imponente de todos: el castillo de San Felipe de Barajas. San Felipe se convirtió en el guardián de Cartagena y desde entonces la ha defendido muy bien. En 1741, 186 barcos y más de 23 mil hombres trataron de tomar la ciudad y nunca nadie pudo tocar a Cartagena.

De su madre Africana, Cartagena no sólo heredó el “Ritmo” (Así con R mayúscula porque es la pulsación natural que mueve al universo, esa mezcla de tambores y fiesta que no es ruido; sino armonía perfecta con los latidos del corazón del ser humano) sino que también heredo el “Sabor” (Así con S mayúscula porque sabor no sólo es aplicable al baile, sino a nuestro origen y a nuestra sazón)

Vale decir, Cartagena no sólo sabe bailar sino también cocinar. De los diferentes grupos humanos que la han ido poblando Cartagena aprendió a cocinar con frutas y con arroz, con hojas de plátano y con yuca, con pescados y con mariscos, con las manos, pero sobretodo con el corazón.


Esa es mis amigos, la bella Cartagena. Quien quiera conocerla deberá venir a Colombia para poderla encontrar. Un dato para los que estén interesados: Cartagena aún está soltera y todas las tardes - religiosamente - se sienta en la playa a despedir el sol del Caribe desde sus faldas con sabor a mar.



Alberto Wirz

PERÚ.

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